Terminado lo de La Haya.....
..... ¿con qué chiste saldrán después los "hermanos" peruanos, pese a esta carta de Álvaro Vargas Llosa?:
por Álvaro Vargas Llosa - 15/12/2012
Carta abierta a Torre Tagle
por Álvaro Vargas Llosa - 15/12/2012
ME DIRIJO a ustedes -el Ministerio de Relaciones
Exteriores del Perú- usando el apelativo con el que se los conoce por la casona
virreinal que les sirve de sede principal. Lo hago con respeto por sus vivos y
sus muertos, entre quienes están algunos de los peruanos que más admiro. Tengo
la esperanza de que vean un ánimo constructivo en estas líneas, con las que
quiero expresarles que ha llegado la hora de un gran cambio de mentalidad.
Lo hago ahora que la fase oral del proceso de La
Haya ha acabado y sólo falta el dictamen, probablemente dentro de pocos meses.
Creo que las posibilidades de que el Perú obtenga el triunfo son mínimas en lo
que se refiere al reclamo principal -una delimitación marítima basada en una
línea equidistante- y algo mayores, pero no muy grandes, en lo que se refiere
al segundo, es decir, la determinación de nuestra soberanía sobre el llamado
triángulo exterior, que está fuera de la zona marítima chilena y estaría dentro
de la nuestra si ella rebasara el paralelo de latitud.
Explicaré en seguida las razones por las que creo
esto y me apresuro a decir que preferiría equivocarme. Temo, además, que el
orgullo herido de muchos compatriotas pueda, si el fallo nos es adverso, frenar
durante un tiempo el proceso de superación del trauma histórico, del que es
prueba el vuelco que hemos dado a nuestras relaciones.
No dramatizo las cosas: confío en que la dinámica
de los intercambios y el espíritu de los tiempos nos volverán a acercar, pase
lo que pase. Pero es mejor celebrar triunfos que no se dan por seguros que
sufrir derrotas que no se le pasan a uno por la cabeza, especialmente en el
terreno de las relaciones exteriores, donde los sentimientos suelen adquirir
una intensidad tribal muy poderosa que no facilita la sindéresis y el sentido
de las prioridades. De allí mi aprensión.
El cambio de mentalidad que urge en Torre Tagle
exige dejar atrás una forma de entender nuestras relaciones exteriores que tuvo
mucho sentido en el pasado, porque la independencia latinoamericana produjo
repúblicas indefinidas en tantos sentidos.
Esa mentalidad -de la que la generación que nos
representa gallardamente en La Haya es tal vez el canto de cisne- se concentró
en la definición de nuestras fronteras y nuestra identidad republicana de cara
a los vecinos y el resto del mundo.
Hoy día, sólo una inseguridad en nosotros mismos
puede justificar que ustedes sigan dedicando los mejores esfuerzos a algo que
está esencialmente resuelto y que se resistan a actualizar la mentalidad
decimonónica. Urge una nueva perspectiva que vea en la integración real -no la
ritual que silba en la boca de políticos de poca monta, ni la dictada por la
moda o la corrección política- la forma inteligente y patriótica de honrar la
promesa de nuestra independencia, de la que pronto se cumplirán 200 años.
En el empeño de la afirmación de nuestras fronteras
volcaron sus predecesores en la Cancillería peruana lo mejor de sí. No
desmerezco ni por un instante lo que hicieron: sin ellos, no habría República
del Perú. Entre los cancilleres que contribuyeron a la afirmación de nuestro
espacio como república soberana hay figuras deslumbrantes.
Cito algunas: el liberal Sánchez Carrión, que
entendió bien que, a pesar de su mesianismo, Bolívar era indispensable para
derrotar a España; el escritor Felipe Pardo y Aliaga, cuyos méritos fueron
mayores fuera de la cancillería, pero que dio lustre y cultura a esa
institución; y un Toribio Pacheco, el mejor canciller de nuestra historia a
decir de los historiadores Riva Agüero y Basadre, un genio que logró la alianza
de Perú, Chile, Ecuador y Bolivia ante la amenaza naval española en 1865 y
1866, y que poco antes explicó al mundo en textos memorables la justicia de
nuestra causa.
La mejor prueba de que era necesario que sus
antecesores dedicaran sus esfuerzos a la afirmación de los límites de la
república es que con frecuencia los tratados que se firmaban eran superados por
nuevos conflictos o circunstancias que obligaban a hacer nuevos tratados.
Por eso hubo que hacer un nuevo tratado con Brasil
en 1909, a pesar del que habíamos firmado medio siglo antes; por eso hubo que
ratificar el que teníamos con Colombia, y que una guerra había puesto en
cuestión en 1932 y 1933; por eso seguíamos firmando protocolos con Bolivia en
1925, 23 años después del primer tratado limítrofe con ellos; y por eso en 1998
hubo que acabar de sellar una frontera con Ecuador, a pesar de que existía un
tratado desde 1942.
No sorprende, pues, que estemos ahora litigando en
La Haya, a pesar de que en 1999, poco después del Acta de Ejecución que
firmamos con Chile, el Perú anunció que se habían acabado para siempre los
conflictos.
Me siento obligado, por un elemental respeto a
ustedes, a explicar por qué creo que tenemos mínimas posibilidades de ganar en
lo referente al reclamo principal y algo mayores, pero no muy grandes, en lo
que atañe al segundo.
La tradición jurídica y política peruana mezcla
muchos elementos que van a contrapelo de la formación de quienes van a decidir
esto en Holanda. El positivismo jurídico, el formalismo y el reglamentarismo de
nuestra tradición hicieron que a menudo le busquemos tres pies al gato. La ley
no suele ser para nosotros un conjunto de principios derivados de la sabiduría
de los siglos, sino cualquier cosa que dice el que manda.
La hacemos con tanto grado de irrealidad y la
interpretamos de una forma tan puntillosa y jesuítica que cualquier cosa puede
ser vista como la ley y cualquier cosa como su violación. Esta tradición hace
que nos importe la letra pero no el espíritu.
No importa que el espíritu diga una cosa si la
letra, torcida por nuestro formalismo interpretativo, dice otra. Por eso en la
Colonia se decía “se acata pero no se cumple”. Por eso también tenemos los
peruanos una economía informal tan grande y un respeto tan escaso por la
legalidad.
¿A dónde voy? A que si aplicamos esta tradición a
los documentos clave del proceso de La Haya -el Decreto Supremo en el que el
Presidente Bustamante y Rivero proclamó la soberanía sobre las 200 millas
marítimas frente a las costas peruanas, la Declaración de Santiago de 1952 y el
Convenio sobre Zona Especial Fronteriza Marítima de 1954-, podemos concluir
que, en efecto, no hay un tratado perfecto e integral, como lo hubiésemos hecho
hoy, de delimitación marítima con Chile.
Pero, para jueces que prestan más atención a cómo
entendían los firmantes lo que firmaban, cómo actuaron esos gobiernos y los
subsiguientes a partir de dichos documentos, y a cuál era el espíritu, además
de la letra, de esos solemnes papeles, será extraordinariamente difícil
concluir que no se acordó nunca una frontera marítima.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal