Cultura.......... a la chilena.
Ayer se me ocurrió la idea de concurrir al Centro Cultural Palacio La Moneda a presenciar la excelente y perturbadora exposición "México, del cuerpo al cosmos" y que recomiendo viva y entusiastamente a los amigos que visitan este blog.
No obstante, apenas entré al majestuoso recinto recordé aquella memorable película en que actuó Dirk Bogarde en el papel del malvado pistolero homosexual Anacleto Comachi: The singer, not the song y que fuera pésimamente traducida como El demonio, la carne y el diablo. La película la vi cuando era todavía un niño (sí, alguna vez lo fui) y recuerdo poco la trama, pero no es ese el punto de este post, aunque el título le viene como anillo al dedo. El punto es cómo y de qué manera se activa, realiza y se promueve la cultura en nuestro país.
De partida, al ingresar por callé Morandé y bajar las escaleras se constata que no hay ningún letrero que indiqué en qué nivel está la exposición, donde se pueden adquirir las entradas ni cuanto cuestan estas. Después de un peregrinar, grato por cierto, pese a que me metí en cuanta sala estaba abierta - sin encontrar a nadie que me guiara, por supuesto -, logré encontrar la exposición en el tercer nivel, el último.
Me acerqué a la persona que controlaba la entrada y le consulté donde se adquirían y ¿cuál creen que fue la respuesta?
¡¡Por supuesto!!, en el primer nivel, ¡¡en Informaciones!!
Subí entonces al primer nivel y me puse detrás de unos turistas alemanes que intentaban adquirir entradas (seguramente después de haber peregrinado por el interior del recinto) y donde una malhumorada funcionaria les exigía que cancelaran con sencillo; ¿por qué diablos nadie tiene sencillo en nuestro país y se le exige a los usuarios a andar con el dinero justo, como cuando nos enviaban a comprar pan a los siete años?
El caso es que los turistas dudaban y estaban sin duda confundidos porque la funcionaria, además de su mal humos, apenas hablaba castellano e intentaba hacerse entender mediante ridículas gesticulaciones y como los extranjeros seguían sumidos en su confusión les tiró la gentil pregunta: Bueno, ¿van a comprar entradas, o no?
Obviamente, los alemanes tampoco entendieron mucho pero como hay sonidos y gestos universales captaron que la cosa venía mala por lo que, mágicamente, aparecieron las tres monedas de cien pesos que faltaban y entraron al fin.
Por supuesto, antes de comprar las entradas pedí el libro de reclamos el que - ¡oh sorpresa! - estaba disponible y, antes de escribir mi queja por la falta de informaciones que faciliten el acceso a la exposición, le pregunté a la funcionaria si alguien lo miraba o sólo formaba parte del decorado. Me expresó que lo revisaban todos los días............ ¡¡ojalá!!, pensé.
Entonces la pregunta, existencial, funcional, básica: ¿por qué hasta en lo más elemental tenemos que mostrar la hilacha del subdesarrollo, colocando como recepcionistas de la cultura a personas sin ninguna capacitación, ni estímulo ni gentileza?
¿Es esta la expresión de la cultura a la chilena, una expresión pacotillera y patética?
¿O será como el título de la película: the singer, not the song?
No obstante, apenas entré al majestuoso recinto recordé aquella memorable película en que actuó Dirk Bogarde en el papel del malvado pistolero homosexual Anacleto Comachi: The singer, not the song y que fuera pésimamente traducida como El demonio, la carne y el diablo. La película la vi cuando era todavía un niño (sí, alguna vez lo fui) y recuerdo poco la trama, pero no es ese el punto de este post, aunque el título le viene como anillo al dedo. El punto es cómo y de qué manera se activa, realiza y se promueve la cultura en nuestro país.
De partida, al ingresar por callé Morandé y bajar las escaleras se constata que no hay ningún letrero que indiqué en qué nivel está la exposición, donde se pueden adquirir las entradas ni cuanto cuestan estas. Después de un peregrinar, grato por cierto, pese a que me metí en cuanta sala estaba abierta - sin encontrar a nadie que me guiara, por supuesto -, logré encontrar la exposición en el tercer nivel, el último.
Me acerqué a la persona que controlaba la entrada y le consulté donde se adquirían y ¿cuál creen que fue la respuesta?
¡¡Por supuesto!!, en el primer nivel, ¡¡en Informaciones!!
Subí entonces al primer nivel y me puse detrás de unos turistas alemanes que intentaban adquirir entradas (seguramente después de haber peregrinado por el interior del recinto) y donde una malhumorada funcionaria les exigía que cancelaran con sencillo; ¿por qué diablos nadie tiene sencillo en nuestro país y se le exige a los usuarios a andar con el dinero justo, como cuando nos enviaban a comprar pan a los siete años?
El caso es que los turistas dudaban y estaban sin duda confundidos porque la funcionaria, además de su mal humos, apenas hablaba castellano e intentaba hacerse entender mediante ridículas gesticulaciones y como los extranjeros seguían sumidos en su confusión les tiró la gentil pregunta: Bueno, ¿van a comprar entradas, o no?
Obviamente, los alemanes tampoco entendieron mucho pero como hay sonidos y gestos universales captaron que la cosa venía mala por lo que, mágicamente, aparecieron las tres monedas de cien pesos que faltaban y entraron al fin.
Por supuesto, antes de comprar las entradas pedí el libro de reclamos el que - ¡oh sorpresa! - estaba disponible y, antes de escribir mi queja por la falta de informaciones que faciliten el acceso a la exposición, le pregunté a la funcionaria si alguien lo miraba o sólo formaba parte del decorado. Me expresó que lo revisaban todos los días............ ¡¡ojalá!!, pensé.
Entonces la pregunta, existencial, funcional, básica: ¿por qué hasta en lo más elemental tenemos que mostrar la hilacha del subdesarrollo, colocando como recepcionistas de la cultura a personas sin ninguna capacitación, ni estímulo ni gentileza?
¿Es esta la expresión de la cultura a la chilena, una expresión pacotillera y patética?
¿O será como el título de la película: the singer, not the song?
2 Comentarios:
Nice idea with this site its better than most of the rubbish I come across.
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