La Plaza de la Ciudanía, para variar, cerrada a la ciudadanía.
Este post se ganó el privilegio de ser puesto en la portada de Atina Chile los días 9 y 10 de mayo y ser seleccionado entre los doce mejores de esa misma semana:
La Plaza de la Ciudadanía, inaugurada hace sólo algunos pocos meses, se ha convertido en un espacio en donde, desde hace un par de semanas, los ciudadanos sólo pueden contemplar desde fuera del cierre de rejas verdes y no usarlo.
¿La razón? Las protestas de jóvenes, grupos aborígenes o cualquier otro, que podrían dañarla.
¿Qué pasa en Chile? ¿Qué está pasando sin que nos enteremos? ¿Unas protestas ocasionan tal pánico en el gobierno que lo llevan a cerrar lo que por derecho propio es de todos nosotros?
Si la Plaza de la Ciudadanía no puede usarla los ciudadanos ¿qué propósito tiene, entonces?
Recuerdo que cuando niño mis padres compraron un juego de copas de cristal, fino, precioso, el que siempre miré y vi guardado en una vitrina. Se usó una sola vez y uno de los invitados - que no éramos nosotros, los hijos - quebró una; nunca más volvió el juego a salir de la vitrina. Un día entraron a robar a la casa de mis padres y se llevaron el juego completo. ¡Nunca toqué una copa! ¡Nunca me bebí siquiera un sorbo de agua en una de ellas! ¡De hecho, nunca entendí para qué las compraron!
Parece que se está convirtiendo en un acto cada vez más recurrente el hecho de que los gobiernos de la Concertación les teman a los ciudadanos, a los que circulan tranquilamente por las calles y a los que protestan, pese a que en los alrededores de Palacio hay más Carabineros que en todo Conchalí.
Y se encierran y cierran lo que es de todos. Así, lo que es de todos, termina siendo de nadie.
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