¿Cómo pudo un hombre, tan modesto intelectualmente, despertar tal grado de adhesión entre personas instruidas?
Debo comenzar diciendo que este análisis tiene ribetes que son más propios de un sociólogo o de un psicólogo que de un ciudadano común y corriente, cuya profesión es muy distinta a estas disciplinas y que, por lo tanto, puede carecer de un rigor profesional adecuado para hacerlo; sin embargo, dentro de toda la tinta y mhz que se han ocupado para referirse al quídam no he hallado ningún artículo, reflexión, o lo que sea, para referirse a este caso de patología social colectiva.
En efecto, hay cientos - si no miles - de páginas de papel y electrónicas destinadas a analizar, justificar o condenar las condiciones políticas, sociales y económicas que favorecieron la materialización del Golpe de Estado de 1973 - las que no obstante, y tal vez por la misma razón que no se refieren al tema que nos ocupa, soslayan la temprana y definitiva intervención norteamericana en Chile desde que hubo certeza que la izquierda ganaría las elecciones de 1970 -.
Cuando aún era joven y me encontraba en la Universidad, escuché - más bien vi - una pregunta que un periodista de Televisión Nacional le hizo al dictador con motivo de un día - no recuerdo si mundial o local - referido a las comunicaciones:
Periodista: "General, ¿qué importancia le asigna usted a las comunicaciones en el mundo moderno?"
Respuesta: "Mucha, porque ellas sirven de comunicación y de enlace".
Por supuesto que hay miles de frases como esta en los 17 años de discurso del quídam, pero esta, en particular, la he recordado por casi treinta años, y ya entonces me formulé la pregunta que da origen a este post.
Para contextualizar el análisis, en el caso de Hitler, por ejemplo, y de Stalin, también, la pregunta es exactamente la misma, porque ¿cómo pudo un país tan educado, culto e instruido como Alemania caer rendido a los pies de un cabo de Ejército, involucrarse en una guerra solitaria contra el mundo y permitir un genocidio organizado? Y Rusia, otro pueblo igualmente notable y educado, ¿cómo se sometió por completo a los caprichos de un criminal y sicópata oligofrénico, que causó más de 20 millones de muertes en su propio pueblo y que encarceló en los Gulags a otros 50 millones?
La respuesta es el miedo. El miedo antes y después de la aparición de estos personajes.
Veamos porqué.
En Alemania, las abusivas exigencias que los triunfadores de la Gran Guerra de 1914-1918 le habían impuesto, llevaron al pueblo entero a vivir en la miseria y carencia. En Rusia, a su vez, la desigualdad creciente entre los aristrócratas y el pueblo, llevó a este último a rebelarse contra el Czar y luego, ante la incompetencia de los revolucionarios demócratas, a rendirse ante el discurso y decisión de los comunistas.
En ambos casos, el miedo a volver a vivir las lamentables condiciones anteriores hizo que la mayoría apoyara a ambos regímenes, permitiéndoles consolidarse en el poder para luego hacer lo que convenía a sus propósitos, siendo finalmente arrastrados a los desgraciados resultados ya conocidos por todos. Lo anterior, además, se vio justificado puesto que tanto en Alemania como en Rusia hubo un notable progreso económico y social; en el primer caso, en pocos años se construyeron carreteras, edificios, fábricas, aumento la producción y se detuvo definitivamente la inflación. En Rusia, en tanto, hubo un salto innegable desde la sociedad pobre y semifeudal que existía hasta la sociedad moderna y poderosa que conocimos hasta la caída del comunismo.
En Chile, guardando las proporciones, el asunto fue más o menos igual. Desde que hubo certeza que Allende ganaría las elecciones, hubo la más desemboza intervención norteamericana en nuestro país, primero mediante la ITT, luego mediante al negación de créditos extranjeros al Estado de Chile, pasando por la peregrinación de Agustín Edwards Eatsman a Washington buscando financiamiento y la bien organizada arremetida de los transportistas - con jugoso financiamiento, por supuesto - para crear condiciones de desabastecimiento y originar el descontento popular ya conocido. Ciertamente, no podemos soslayar los errores y abusos notables en que el Gobierno de la Unidad Popular incurrió y que contribuyeron a incrementar los efectos de la intervención norteamericana y el descontento de muchos. El miedo a perder las propiedades, el sustento, la libertad, o lo que fuera, nos colocó - colectiva, no individualmente - en disposición de permitir cualquier acontecimiento que nos sacara de tal encrucijada.
Así, llegó el golpe del 11 de septiembre y apareció en escena un obscuro General del cual pocos sabían y que pocos habían visto y que, mediante hábiles maniobras, se colocó en una posición preponderante respecto de sus pares, escamotéandoles - primero - la rotación convenida y ocupando luego el cargo de Jefe de Estado, para culminar autodenominándose Presidente de La República, a partir de la “aprobación” de la Constitución de 1980.
Economistas, abogados, ingenieros y otros profesionales e intelectuales notables se rindieron a sus pies. Lo adoraron hasta el fanatismo. Hicieron oídos sordos y ojos ciegos ante las atrocidades que se cometían casi a diario contra los opositores al régimen. Le atribuyeron decisiones que el quídam nunca pudo tomar por desconocimiento o ignorancia, como la instauración del modelo económico que hasta hoy nos rige.
Sin embargo, cada vez que el hombre hablaba en público dejaba en evidencia que el discurso no era su fuerte, ni lo era la reflexión serena, ni lo era la instrucción (recordemos aquella afirmación suya de que todas las noches leía, antes de dormirse, temas de economía, de historia, de políticas y que leía 15 minutos. O sea, era algo así como un personaje que se educaba mediante la lectura del Reader’s Digest).
Leí una vez un libro suyo: "Política, politiquería y demagogia" y la verdad es que más parecía una composición de un estudiante de educación básica que un ensayo escrito por quien presumía ser el Presidente de Chile.
Recuerdo también cuando el General Gustavo Leigh Guzmán contó la vez que fue a una Clase Magistral que el quídam dio en la Escuela Militar para inaugurar el año y lo único que escuchó fueron gritos y arengas propias de un sargento a su pelotón.
¿Entonces? El miedo, otra vez, el miedo a vivir la incertidumbre del período 1970 – 1973 llevó a muchos a elevar a este limitado personaje hasta las alturas más insospechadas, a darle un áurea de héroe, de salvador, de ser casi mitológico. Los llevó a hacer, como sus colaboradores más cercanos, oídos sordos y ojos ciegos ante la tragedia de otros chilenos, de los perdedores. Los llevó a olvidar los dolores ajenos y privilegiar los avances económicos, las ganancias, los negocios.
Conozco hombres y mujeres educados, instruidos, que lo adoran, no obstante que dificulto que pudiesen conversar con él más de cinco minutos sin aburrirse.
Del funeral, ni hablar ¿Entonces?
Por cierto, este tema da para escribir un libro entero, un ensayo y por eso les dejo lanzada la pregunta porque, aparte del miedo - que es la única que se me ocurre -, la respuesta definitiva es mucho más compleja y está mucho más oculta en el colectivo social.
Lo lamentable es que los pueblos - todos - han dado muestras de repetir, cada cierto tiempo, los mismos errores.
En efecto, hay cientos - si no miles - de páginas de papel y electrónicas destinadas a analizar, justificar o condenar las condiciones políticas, sociales y económicas que favorecieron la materialización del Golpe de Estado de 1973 - las que no obstante, y tal vez por la misma razón que no se refieren al tema que nos ocupa, soslayan la temprana y definitiva intervención norteamericana en Chile desde que hubo certeza que la izquierda ganaría las elecciones de 1970 -.
Cuando aún era joven y me encontraba en la Universidad, escuché - más bien vi - una pregunta que un periodista de Televisión Nacional le hizo al dictador con motivo de un día - no recuerdo si mundial o local - referido a las comunicaciones:
Periodista: "General, ¿qué importancia le asigna usted a las comunicaciones en el mundo moderno?"
Respuesta: "Mucha, porque ellas sirven de comunicación y de enlace".
Por supuesto que hay miles de frases como esta en los 17 años de discurso del quídam, pero esta, en particular, la he recordado por casi treinta años, y ya entonces me formulé la pregunta que da origen a este post.
Para contextualizar el análisis, en el caso de Hitler, por ejemplo, y de Stalin, también, la pregunta es exactamente la misma, porque ¿cómo pudo un país tan educado, culto e instruido como Alemania caer rendido a los pies de un cabo de Ejército, involucrarse en una guerra solitaria contra el mundo y permitir un genocidio organizado? Y Rusia, otro pueblo igualmente notable y educado, ¿cómo se sometió por completo a los caprichos de un criminal y sicópata oligofrénico, que causó más de 20 millones de muertes en su propio pueblo y que encarceló en los Gulags a otros 50 millones?
La respuesta es el miedo. El miedo antes y después de la aparición de estos personajes.
Veamos porqué.
En Alemania, las abusivas exigencias que los triunfadores de la Gran Guerra de 1914-1918 le habían impuesto, llevaron al pueblo entero a vivir en la miseria y carencia. En Rusia, a su vez, la desigualdad creciente entre los aristrócratas y el pueblo, llevó a este último a rebelarse contra el Czar y luego, ante la incompetencia de los revolucionarios demócratas, a rendirse ante el discurso y decisión de los comunistas.
En ambos casos, el miedo a volver a vivir las lamentables condiciones anteriores hizo que la mayoría apoyara a ambos regímenes, permitiéndoles consolidarse en el poder para luego hacer lo que convenía a sus propósitos, siendo finalmente arrastrados a los desgraciados resultados ya conocidos por todos. Lo anterior, además, se vio justificado puesto que tanto en Alemania como en Rusia hubo un notable progreso económico y social; en el primer caso, en pocos años se construyeron carreteras, edificios, fábricas, aumento la producción y se detuvo definitivamente la inflación. En Rusia, en tanto, hubo un salto innegable desde la sociedad pobre y semifeudal que existía hasta la sociedad moderna y poderosa que conocimos hasta la caída del comunismo.
En Chile, guardando las proporciones, el asunto fue más o menos igual. Desde que hubo certeza que Allende ganaría las elecciones, hubo la más desemboza intervención norteamericana en nuestro país, primero mediante la ITT, luego mediante al negación de créditos extranjeros al Estado de Chile, pasando por la peregrinación de Agustín Edwards Eatsman a Washington buscando financiamiento y la bien organizada arremetida de los transportistas - con jugoso financiamiento, por supuesto - para crear condiciones de desabastecimiento y originar el descontento popular ya conocido. Ciertamente, no podemos soslayar los errores y abusos notables en que el Gobierno de la Unidad Popular incurrió y que contribuyeron a incrementar los efectos de la intervención norteamericana y el descontento de muchos. El miedo a perder las propiedades, el sustento, la libertad, o lo que fuera, nos colocó - colectiva, no individualmente - en disposición de permitir cualquier acontecimiento que nos sacara de tal encrucijada.
Así, llegó el golpe del 11 de septiembre y apareció en escena un obscuro General del cual pocos sabían y que pocos habían visto y que, mediante hábiles maniobras, se colocó en una posición preponderante respecto de sus pares, escamotéandoles - primero - la rotación convenida y ocupando luego el cargo de Jefe de Estado, para culminar autodenominándose Presidente de La República, a partir de la “aprobación” de la Constitución de 1980.
Economistas, abogados, ingenieros y otros profesionales e intelectuales notables se rindieron a sus pies. Lo adoraron hasta el fanatismo. Hicieron oídos sordos y ojos ciegos ante las atrocidades que se cometían casi a diario contra los opositores al régimen. Le atribuyeron decisiones que el quídam nunca pudo tomar por desconocimiento o ignorancia, como la instauración del modelo económico que hasta hoy nos rige.
Sin embargo, cada vez que el hombre hablaba en público dejaba en evidencia que el discurso no era su fuerte, ni lo era la reflexión serena, ni lo era la instrucción (recordemos aquella afirmación suya de que todas las noches leía, antes de dormirse, temas de economía, de historia, de políticas y que leía 15 minutos. O sea, era algo así como un personaje que se educaba mediante la lectura del Reader’s Digest).
Leí una vez un libro suyo: "Política, politiquería y demagogia" y la verdad es que más parecía una composición de un estudiante de educación básica que un ensayo escrito por quien presumía ser el Presidente de Chile.
Recuerdo también cuando el General Gustavo Leigh Guzmán contó la vez que fue a una Clase Magistral que el quídam dio en la Escuela Militar para inaugurar el año y lo único que escuchó fueron gritos y arengas propias de un sargento a su pelotón.
¿Entonces? El miedo, otra vez, el miedo a vivir la incertidumbre del período 1970 – 1973 llevó a muchos a elevar a este limitado personaje hasta las alturas más insospechadas, a darle un áurea de héroe, de salvador, de ser casi mitológico. Los llevó a hacer, como sus colaboradores más cercanos, oídos sordos y ojos ciegos ante la tragedia de otros chilenos, de los perdedores. Los llevó a olvidar los dolores ajenos y privilegiar los avances económicos, las ganancias, los negocios.
Conozco hombres y mujeres educados, instruidos, que lo adoran, no obstante que dificulto que pudiesen conversar con él más de cinco minutos sin aburrirse.
Del funeral, ni hablar ¿Entonces?
Por cierto, este tema da para escribir un libro entero, un ensayo y por eso les dejo lanzada la pregunta porque, aparte del miedo - que es la única que se me ocurre -, la respuesta definitiva es mucho más compleja y está mucho más oculta en el colectivo social.
Lo lamentable es que los pueblos - todos - han dado muestras de repetir, cada cierto tiempo, los mismos errores.
1 Comentarios:
pufff..... lo mismo con la iglesia
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