¿Qué aporte social ha traído la obligación de usar cinturón de seguridad en los automóviles?
Una vez más voy a entrar a hacer algunas reflexiones y afirmaciones que, desde el punto de vista de la no despreciable - numéricamente hablando - comunidad que, alegre y despreocupadamente, suele tragarse todo lo que le dan o muestran, pueden parecer "políticamente incorrectas".
Y como una manera de limpiar un poco mi imagen voy a comenzar precisando que la siguiente pregunta - esbozada en el título del post - no es mía sino de Sam Peltzman, que la formula en su libro "The effects of automóvil safety regulation", y dice, como en la canción, más o menos así: ¿qué ha aportado a la sociedad la obligatoriedad para los ocupantes de un automóvil de ajustarse los cinturones de seguridad?
Respuesta: Nada, socialmente no ha aportado nada.
Veamos porqué: si bien se ha constatado que desde la aplicación de la obligatoriedad de usar los cinturones de seguridad hay una reducción notable en la gravedad de las heridas sufridas por los ocupantes de los vehículos livianos, no es menos cierto que las cifras de accidentes han aumentado más de lo que daría a entender una extrapolación simple de las tendencias previas que al respecto existían al entrar en vigor la nueva legislación. De hecho, se ha constatado un notable incremento del número y gravedad de las lesiones sufridas por peatones y ciclistas.
Todo parece indicar que el aumento en la seguridad de que disfrutan los automovilistas y sus acompañantes los lleva a conducir a mayor velocidad, a no prestar la debida atención a la conducción y a incurrir en otros riesgos que, antes que existiese la obligación de usar los cinturones, no estaban dispuestos a asumir. Sobre esto, no tengo antecedentes ni cifras, pero bueno sería saber a partir de cuando se popularizaron las carreteras de velocidad en las calles de nuestras ciudades; de saberlos o tenerlas, tengo la certeza que nos llevaríamos más de una sorpresa.
La explicación es muy simple y sencilla: todo sujeto que conduce un automóvil incurre a sabiendas en un cierto número de riesgos. La cantidad de riesgos así asumidos depende de la forma en que los otros conductores se comportan en las calles o carreteras, pero también depende del temperamento o personalidad de cada automovilista. En todo caso, depende del "precio" potencial que cada conductor está dispuesto a pagar al tomar los riesgos asociados a su manera y estilo de conducir y este "precio" está conformado por todos los inconvenientes que sufrirá si se produce un accidente: que lo lleven al hospital, que le impongan gastos de curación imprevistos o un alejamiento más o menos duradero de su trabajo. Por ello cuanto más elevado sea ese "precio" potencial más prudente y cuidadoso será pues se verá más incitado a reducir su nivel de riesgo.
Por tanto, si bien la obligación de usar cinturones de seguridad mientras se conduce o se está sobre un automóvil reduce efectivamente el riesgo de resultar lesionado, resulta también una suerte de estímulo para comportarse y conducir más imprudentemente un vehículo. Una muestra dramática de que esta afirmación es verdadera es el caso del joven rugbista arrollado - y muerto -, mientras caminaba por la acera, por un conductor ebrio que conducía a ¡¡180 kms/hr!! Podemos estar absolutamente ciertos que si el cretino que conducía el automóvil no hubiese estado seguro de resultar ileso en un accidente - como resultó, en los hechos - no habría circulado por las calles a esa velocidad ni en ese estado.
Así las cosas, quienes soportan las consecuencias de la disminución del "precio" individual de riesgo de los automovilistas y el aumento en la demanda de dicho riesgo son los "no automovilistas" o sea, peatones, ciclistas y motociclistas.
En suma, parece ser que, al fin y al cabo, no se ha alcanzado el objetivo deseado y buscado por los legisladores, cual es la disminución del costo social de los accidentes en carreteras y ciudades, puesto que la medida implementada tiene - o parece tener, tal como hemos visto en la práctica - un efecto social alta y fundamentalmente regresivo para quienes no andan sobre un automóvil.
Y como una manera de limpiar un poco mi imagen voy a comenzar precisando que la siguiente pregunta - esbozada en el título del post - no es mía sino de Sam Peltzman, que la formula en su libro "The effects of automóvil safety regulation", y dice, como en la canción, más o menos así: ¿qué ha aportado a la sociedad la obligatoriedad para los ocupantes de un automóvil de ajustarse los cinturones de seguridad?
Respuesta: Nada, socialmente no ha aportado nada.
Veamos porqué: si bien se ha constatado que desde la aplicación de la obligatoriedad de usar los cinturones de seguridad hay una reducción notable en la gravedad de las heridas sufridas por los ocupantes de los vehículos livianos, no es menos cierto que las cifras de accidentes han aumentado más de lo que daría a entender una extrapolación simple de las tendencias previas que al respecto existían al entrar en vigor la nueva legislación. De hecho, se ha constatado un notable incremento del número y gravedad de las lesiones sufridas por peatones y ciclistas.
Todo parece indicar que el aumento en la seguridad de que disfrutan los automovilistas y sus acompañantes los lleva a conducir a mayor velocidad, a no prestar la debida atención a la conducción y a incurrir en otros riesgos que, antes que existiese la obligación de usar los cinturones, no estaban dispuestos a asumir. Sobre esto, no tengo antecedentes ni cifras, pero bueno sería saber a partir de cuando se popularizaron las carreteras de velocidad en las calles de nuestras ciudades; de saberlos o tenerlas, tengo la certeza que nos llevaríamos más de una sorpresa.
La explicación es muy simple y sencilla: todo sujeto que conduce un automóvil incurre a sabiendas en un cierto número de riesgos. La cantidad de riesgos así asumidos depende de la forma en que los otros conductores se comportan en las calles o carreteras, pero también depende del temperamento o personalidad de cada automovilista. En todo caso, depende del "precio" potencial que cada conductor está dispuesto a pagar al tomar los riesgos asociados a su manera y estilo de conducir y este "precio" está conformado por todos los inconvenientes que sufrirá si se produce un accidente: que lo lleven al hospital, que le impongan gastos de curación imprevistos o un alejamiento más o menos duradero de su trabajo. Por ello cuanto más elevado sea ese "precio" potencial más prudente y cuidadoso será pues se verá más incitado a reducir su nivel de riesgo.
Por tanto, si bien la obligación de usar cinturones de seguridad mientras se conduce o se está sobre un automóvil reduce efectivamente el riesgo de resultar lesionado, resulta también una suerte de estímulo para comportarse y conducir más imprudentemente un vehículo. Una muestra dramática de que esta afirmación es verdadera es el caso del joven rugbista arrollado - y muerto -, mientras caminaba por la acera, por un conductor ebrio que conducía a ¡¡180 kms/hr!! Podemos estar absolutamente ciertos que si el cretino que conducía el automóvil no hubiese estado seguro de resultar ileso en un accidente - como resultó, en los hechos - no habría circulado por las calles a esa velocidad ni en ese estado.
Así las cosas, quienes soportan las consecuencias de la disminución del "precio" individual de riesgo de los automovilistas y el aumento en la demanda de dicho riesgo son los "no automovilistas" o sea, peatones, ciclistas y motociclistas.
En suma, parece ser que, al fin y al cabo, no se ha alcanzado el objetivo deseado y buscado por los legisladores, cual es la disminución del costo social de los accidentes en carreteras y ciudades, puesto que la medida implementada tiene - o parece tener, tal como hemos visto en la práctica - un efecto social alta y fundamentalmente regresivo para quienes no andan sobre un automóvil.
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