La venta de levonorgestrel ¿un asunto ético o ideológico?
Como consecuencia de las multas que el Ministerio de Salud cursó a algunos locales de las grandes cadenas de Farmacias debido a la negativa de vender la píldora de levonorgestrel en sus locales, nuevamente se instaló la discusión acerca de esta progesterona, puesto que a la contumaz posición de sus dueños llegó una oportuna intervención del Papa acerca del derecho ético de no comercializar aquellos productos que atenten contra la ética de los empresarios.
Por supuesto, el derecho de cada uno de vivir y actuar de acuerdo con sus creencias y principios es algo que está fuera de toda discusión, ya que ello se enmarca dentro de lo que conocemos como ética y el fundamento de toda norma ética es el valor, no el valor impuesto desde el exterior, sino el descubierto internamente en la reflexión de un sujeto y en este contexto nada se le podría aparentemente objetar a los empresarios en cuestión, pero, de igual forma, es también pertinente preguntarnos si es lícito imponerle a los otros esa ética, esas creencias y principios.
Por otra parte, muy a menudo decimos y escuchamos frases y afirmaciones que se enmarcan dentro del relativismo ético y moral que adornan nuestro moderno, civilizado y globalizado mundo y así, de manera frecuente, escuchamos y decimos que hay "mentiras piadosas", necesarias para evitar un dolor o un mal mayor, obviando, desconociendo o queriendo deliberadamente desconocer que la mentira - al decir de Víctor Hugo, con quien concuerdo totalmente - es lo absoluto del mal y por ello no es posible mentir poco, porque el que miente, miente en toda la extensión de la mentira.
Dicho esto, entonces, parecería que no hay discusión posible acerca de la negativa de vender la píldora pero entonces ¿qué pasa con aquellas personas que piensan y creen que adquirirla no contiene ninguna falta? ¿Qué ocurre con aquellas personas que necesitan verdaderamente la píldora? ¿Deben someterse a los principios de los empresarios aludidos? Y, en la misma línea, es lícito preguntarse si esos mismos empresarios, tan apegados a sus principios, cumplen con sus obligaciones laborales, si a sus empleados les pagan el sueldo ético al que llaman sus pastores, si respetan las jornadas laborales y períodos de descanso (¿ha visto usted alguna silla detrás del mostrador de alguna farmacia? Nunca, seguramente, pero sepa usted – porque ellos sí lo saben - que es obligatorio que las haya)
Lamentablemente, en esta espiral de relativismo nos hemos acostumbrado a que, con el pretexto del derecho a vivir bajo nuestros íntimos principios, se llame públicamente a cometer - y se cometan - excesos en contra de la ley cuyo cumplimiento también entraña, por supuesto, un profundo sentido ético. Ya Platón enseñaba a que no se puede vivir con una ética relativa y cuando le preguntaron qué es lo que hacía un buen ciudadano, respondió: respetar la ley; Séneca, cuando le sugirieron escapar para evitar la pena que le había impuesto Calígula, se negó aduciendo lo mismo y agregando: dura lex, sed lex (dura es la ley, pero es la ley)
Y ayer, para terminar ponerle la guinda a la torta, el Senador Jovino Novoa dijo, muy suelto de cuerpo, que las multas a los infractores de la ley - porque no son otra cosa - era propio de una ideología chavista - bacheletista, lo que me hizo recordar los excesos del predicador norteamericano Pat Robinson, cuando propuso el asesinato del presidente venezolano, porque más allá de lo grotesco de una iniciativa criminal de esa envergadura, muestran el aterrador contubernio que sigue existiendo entre la derecha política y la derecha religiosa.
Por eso, a fin de cuentas, estoy convencido que el problema que tanto atormenta a los empresarios, con Jovino a la cabeza, es ideológico y no ético. Decir lo contrario sólo es "mentir piadosamente".
Por supuesto, el derecho de cada uno de vivir y actuar de acuerdo con sus creencias y principios es algo que está fuera de toda discusión, ya que ello se enmarca dentro de lo que conocemos como ética y el fundamento de toda norma ética es el valor, no el valor impuesto desde el exterior, sino el descubierto internamente en la reflexión de un sujeto y en este contexto nada se le podría aparentemente objetar a los empresarios en cuestión, pero, de igual forma, es también pertinente preguntarnos si es lícito imponerle a los otros esa ética, esas creencias y principios.
Por otra parte, muy a menudo decimos y escuchamos frases y afirmaciones que se enmarcan dentro del relativismo ético y moral que adornan nuestro moderno, civilizado y globalizado mundo y así, de manera frecuente, escuchamos y decimos que hay "mentiras piadosas", necesarias para evitar un dolor o un mal mayor, obviando, desconociendo o queriendo deliberadamente desconocer que la mentira - al decir de Víctor Hugo, con quien concuerdo totalmente - es lo absoluto del mal y por ello no es posible mentir poco, porque el que miente, miente en toda la extensión de la mentira.
Dicho esto, entonces, parecería que no hay discusión posible acerca de la negativa de vender la píldora pero entonces ¿qué pasa con aquellas personas que piensan y creen que adquirirla no contiene ninguna falta? ¿Qué ocurre con aquellas personas que necesitan verdaderamente la píldora? ¿Deben someterse a los principios de los empresarios aludidos? Y, en la misma línea, es lícito preguntarse si esos mismos empresarios, tan apegados a sus principios, cumplen con sus obligaciones laborales, si a sus empleados les pagan el sueldo ético al que llaman sus pastores, si respetan las jornadas laborales y períodos de descanso (¿ha visto usted alguna silla detrás del mostrador de alguna farmacia? Nunca, seguramente, pero sepa usted – porque ellos sí lo saben - que es obligatorio que las haya)
Lamentablemente, en esta espiral de relativismo nos hemos acostumbrado a que, con el pretexto del derecho a vivir bajo nuestros íntimos principios, se llame públicamente a cometer - y se cometan - excesos en contra de la ley cuyo cumplimiento también entraña, por supuesto, un profundo sentido ético. Ya Platón enseñaba a que no se puede vivir con una ética relativa y cuando le preguntaron qué es lo que hacía un buen ciudadano, respondió: respetar la ley; Séneca, cuando le sugirieron escapar para evitar la pena que le había impuesto Calígula, se negó aduciendo lo mismo y agregando: dura lex, sed lex (dura es la ley, pero es la ley)
Y ayer, para terminar ponerle la guinda a la torta, el Senador Jovino Novoa dijo, muy suelto de cuerpo, que las multas a los infractores de la ley - porque no son otra cosa - era propio de una ideología chavista - bacheletista, lo que me hizo recordar los excesos del predicador norteamericano Pat Robinson, cuando propuso el asesinato del presidente venezolano, porque más allá de lo grotesco de una iniciativa criminal de esa envergadura, muestran el aterrador contubernio que sigue existiendo entre la derecha política y la derecha religiosa.
Por eso, a fin de cuentas, estoy convencido que el problema que tanto atormenta a los empresarios, con Jovino a la cabeza, es ideológico y no ético. Decir lo contrario sólo es "mentir piadosamente".
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