Los crímenes de Stalin.
Hoy se cumplen 50 años de la denuncia por parte de Nikita Khrushchev de los crímenes ordenados y prohijados por Koba, el Terrible.
Lo siniestro de las atrocidades de Stalin no es que hayan sido consecuencia de la locura de un hombre, sino que lo fueron a nombre de la Razón de un sistema liderado por un sujeto que usó el poder con implacabilidad estremecedora para liquidar a todos quienes pudieran cuestionar su autoridad, con un objetivo fríamente racional y lógico: convertir a la Unión Soviética en un gigante industrial y militar, transformando en profundidad a la sociedad rusa.
Se logró, pero a costa de la vida de veinte millones de personas, inocentes la gran mayoría, y aquí aparece lo que alguien llamó "asimetría de la indulgencia", con la cual se encara el mal en la historia, el mismo mal, desde distintas perspectivas y con distintas medidas, según sea la ubicación del observador y el interés del analista, lo que reabre una cuestión palpitante y moralmente trascendente, porque el mundo entero se ha desgarrado con el holocausto del pueblo judío bajo el régimen nazi, pero nadie - o casi nadie - ha dicho nada acerca de los crímenes de Stalin.
Y cuando digo nadie - o casi nadie - no me refiero a los anticomunistas de derecha, sino a la intelectualidad y las personas de izquierda que son a las que, por haber apoyado directa o indirectamente al régimen soviético, les corresponde revisar la tragedia de ese pueblo, porque cada muerte fue un grano de arena en la balanza de la destrucción moral del comunismo - que terminó por morirse en 1989 - y fue la derrota definitiva del ideal revolucionario de la clase obrera durante el siglo XX.
Lo siniestro de las atrocidades de Stalin no es que hayan sido consecuencia de la locura de un hombre, sino que lo fueron a nombre de la Razón de un sistema liderado por un sujeto que usó el poder con implacabilidad estremecedora para liquidar a todos quienes pudieran cuestionar su autoridad, con un objetivo fríamente racional y lógico: convertir a la Unión Soviética en un gigante industrial y militar, transformando en profundidad a la sociedad rusa.
Se logró, pero a costa de la vida de veinte millones de personas, inocentes la gran mayoría, y aquí aparece lo que alguien llamó "asimetría de la indulgencia", con la cual se encara el mal en la historia, el mismo mal, desde distintas perspectivas y con distintas medidas, según sea la ubicación del observador y el interés del analista, lo que reabre una cuestión palpitante y moralmente trascendente, porque el mundo entero se ha desgarrado con el holocausto del pueblo judío bajo el régimen nazi, pero nadie - o casi nadie - ha dicho nada acerca de los crímenes de Stalin.
Y cuando digo nadie - o casi nadie - no me refiero a los anticomunistas de derecha, sino a la intelectualidad y las personas de izquierda que son a las que, por haber apoyado directa o indirectamente al régimen soviético, les corresponde revisar la tragedia de ese pueblo, porque cada muerte fue un grano de arena en la balanza de la destrucción moral del comunismo - que terminó por morirse en 1989 - y fue la derrota definitiva del ideal revolucionario de la clase obrera durante el siglo XX.
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