¿Es tan malo celebrar el Halloween en nuestro país?
Desde la llegada de esta pagana fiesta a nuestras tierras todo tipo de epítetos descalificatorios se han dicho y escrito al respecto, muchos de ellos - si no la mayoría – expresando que forma parte de la colonización cultural a que nos somete el norte imperialista, que sólo es una oportunidad más de engordar los bolsillos de los comerciantes, que es algo totalmente ajeno a nuestras tradiciones, que sólo refleja la permeabilidad de algunas mentes simples, etcétera y etcétera.
Antes de continuar permítaseme contar dos experiencias personales: la primera, referida a la lectura del libro La Fuerza del Budismo, que contiene una serie de entrevistas que Jean-Claude Carrière le hizo a S.S. el Dalai Lama. En una parte el entrevistador le comenta la fuerte impresión que le ocasionó el ver a indígenas del Amazonas, adornados con plumas y semidesnudos, manejando hábilmente cámaras de vídeo, lo cual demostraba, a su juicio, el dominio mundial de algunas culturas en detrimento de otras, lo que, a la postre, llevará a estas últimas a la desaparición. S.S. reflexionó un rato en silencio y luego le respondió que no estaba de acuerdo con él, que si los indígenas quieren y usan cámaras, hacen bien en quererlas y en usarlas, porque el hecho que no las hayan inventado no significa que les sean ajenas ya que la tecnología no es consustancial a los países más desarrollados ni está destinada sólo a sus habitantes, pues es un bien común a todos, un bien que termina por acercarnos y unirnos.
La segunda se refiere a mi propia experiencia con esta fiesta, ya que mi padre trabajó en una empresa minera norteamericana y todos los años concurríamos, con la alegría propia de los niños (sí, porque también fui niño alguna vez), a atiborrarnos de golosinas y a intentar ganar un premio por nuestros disfraces (me gané uno, una vez. $ 500 de entonces, algo así como $ 0,0005 de hoy, que me sirvieron para pagarme un par de entradas al cine) Apenas oscurecía nos íbamos a golpear puertas, provistos de un saco y armados con un jabón, para recibir dulces o rayar los vidrios si no había trato (rayarlos con el jabón, no con un clavo ni con una piedra, como hoy) y nos reíamos con alegría, sin saber ni importarnos si esa fiesta era para lavarnos el poco cerebro que teníamos ni si constituía el lado apenas visible de alguna terrible conspiración imperialista, organizada en algún rincón del mundo por algún siniestro y perverso agente de la CIA.
Se fueron los norteamericanos y se acabó la fiesta, aunque para mí se había acabado ya mucho antes, cuando dejé de ser niño y me convertí en un joven adolescente con ideales de justicia social.
Reconozco que cuando llegó de nuevo esta práctica pagana - tan pagana como otras tantas prácticas que hay a lo largo y ancho del mundo y cuya única diferencia con aquella es que éstas, en vez de disfraces, se revisten con ropajes respetables y, en vez de monstruos de juguete, cuentan con voceros y líderes que presumen de sabios o santurrones - a instalarse masivamente en nuestro país también abjuré de ella pero como los años no sólo nos regalan achaques sino también prudencia (que, como digo siempre, es - interpretando libremente a Aristóteles - algo así como la versión económica de la sabiduría) me pregunté si en verdad era tan malo todo esto y me respondí que no, pues si no fue mala para mí, ¿por qué debiera serlo para el resto? Si por participar del Halloween cuando niño no me convertí en un agente del imperialismo yanqui; no dejé de leer a Neruda, a De Rokha, a Whitman, a la Mistral……..; no dejé de condenar la guerra de Vietnam; no me convertí en un explotador y no perdí mis anhelos de justicia ¿por qué con los niños de hoy debiera ser distinto? Después de todo, la celebración de una fiesta no es más que eso.
El año pasado - como siempre - no compramos dulces y nos hicimos el propósito - como siempre - de no abrirle nuestra puerta a ningún niño; pero mi hija pensó distinto, compró dulces y les abrió; cuando escuché la zalagarda salí a ver, a curiosear más bien, y ¿qué encontré? Niños, muchos niños disfrazados, felices, expectantes y con los ojos bien abiertos, esperando el dulce regalo de unos desconocidos; niños cuyo único afán era divertirse y obtener su botín. En uno de los grupos andaba un pergenio vestido de conejo blanco y me pregunté, al ver su cara, si habría otra cosa en el mundo que le importase más que recibir unos dulces. Por cierto, nada: sencillamente esa noche no había nada más importante para él.
Recordando el libro que mencioné desde entonces he pensado (sí, porque también lo hago, a veces; no muy frecuentemente, pero lo hago) si los que reclaman, denigran o despotrican en contra de esta fiesta tienen razón y concluyo que no. Si no reclaman, denigran o despotrican en contra del perreo, la cumbia, el tango, el rock and roll, el axé, el reggaeton, la salsa, el sound sound y otras finuras y delicadezas similares y no autóctonas, ¿por qué lo hacen contra el Halloween?; si no reclaman, denigran o despotrican en contra del aborto pero sí se escandalizan y duelen hasta las lágrimas por la muerte de un montón de perros vagos, ¿con qué criterio de justicia las emprenden contra el Halloween, que no mata ni muerde a nadie?; si muchos lo único que anhelan - si llegasen a tener el dinero suficiente (vía premio ¡qué va!, no de trabajo) - es correr a entregárselo a otros para tener el auto más caro y ostentoso y vestirse con ropa “de marca”, que le dicen, ¿por qué demonizan a quienes hacen fortuna merced del Halloween?; si no reclaman, denigran o despotrican en contra del “júrgol” - más bien es todo lo contrario -, que lo inventaron y trajeron los ingleses, y que sí es harto totalitario, invasivo y enajenante, además de ordinario, ¿por qué lo hacen contra el Halloween?; si no reclaman, denigran o despotrican en contra de Internet, nacida en las entrañas mismas del Pentágono y desde donde pesquisan todo lo que se mueve a través ella - incluso este post -, ¿por qué lo hacen contra el Halloween? Y hasta aquí llego, porque me cansa escribir de mezquindades y de miseria suprema, que - al decir de Víctor Hugo - siempre es ocasión de obscenidades.
Pareciera que los seres humanos, invariablemente, necesitáramos crear demonios para poder tener gatos negros que quemar. Nos gusta - me sumo a estos ejercicios - mostrarnos como sujetos abiertos de mente pero no podemos resistir la tentación de cegar a quien quiere ampliar su mirada. Presumimos de tolerantes y colgamos sin asco al primero que piense y actúe distinto a nosotros. Nos gusta que nos dejen vivir tranquilos pero cuando alguien desea vivir aparte, aun con sus inconvenientes y sus abusos, le negamos el derecho a ser reconocido y respetado. No soportamos la discriminación a las minorías pero estamos disponibles y dispuestos a negarle entusiasta y arbitrariamente la alegría a un montón de niños, por la única razón que no nos gusta la causa o el motivo de ella o, lo que es peor, simplemente porque nos molesta la alegría ajena. Pero ¡¡qué le vamos a hacer!! pues - nuevamente Víctor Hugo - siempre hay modo de encontrarse con el error en el camino de la verdad.
Por eso el miércoles en la noche sí abrimos las puertas de nuestra casa y sí regalamos dulces a los niños, que se fueron contentos, como niños.
La única diferencia que noté, respecto de los patrullajes nocturnos de mi niñez, fue que entonces andábamos solos por las calles y hoy los niños van acompañados por sus padres o sus mayores, lo cual habla muy mal de nosotros…………. no del Halloween.
Antes de continuar permítaseme contar dos experiencias personales: la primera, referida a la lectura del libro La Fuerza del Budismo, que contiene una serie de entrevistas que Jean-Claude Carrière le hizo a S.S. el Dalai Lama. En una parte el entrevistador le comenta la fuerte impresión que le ocasionó el ver a indígenas del Amazonas, adornados con plumas y semidesnudos, manejando hábilmente cámaras de vídeo, lo cual demostraba, a su juicio, el dominio mundial de algunas culturas en detrimento de otras, lo que, a la postre, llevará a estas últimas a la desaparición. S.S. reflexionó un rato en silencio y luego le respondió que no estaba de acuerdo con él, que si los indígenas quieren y usan cámaras, hacen bien en quererlas y en usarlas, porque el hecho que no las hayan inventado no significa que les sean ajenas ya que la tecnología no es consustancial a los países más desarrollados ni está destinada sólo a sus habitantes, pues es un bien común a todos, un bien que termina por acercarnos y unirnos.
La segunda se refiere a mi propia experiencia con esta fiesta, ya que mi padre trabajó en una empresa minera norteamericana y todos los años concurríamos, con la alegría propia de los niños (sí, porque también fui niño alguna vez), a atiborrarnos de golosinas y a intentar ganar un premio por nuestros disfraces (me gané uno, una vez. $ 500 de entonces, algo así como $ 0,0005 de hoy, que me sirvieron para pagarme un par de entradas al cine) Apenas oscurecía nos íbamos a golpear puertas, provistos de un saco y armados con un jabón, para recibir dulces o rayar los vidrios si no había trato (rayarlos con el jabón, no con un clavo ni con una piedra, como hoy) y nos reíamos con alegría, sin saber ni importarnos si esa fiesta era para lavarnos el poco cerebro que teníamos ni si constituía el lado apenas visible de alguna terrible conspiración imperialista, organizada en algún rincón del mundo por algún siniestro y perverso agente de la CIA.
Se fueron los norteamericanos y se acabó la fiesta, aunque para mí se había acabado ya mucho antes, cuando dejé de ser niño y me convertí en un joven adolescente con ideales de justicia social.
Reconozco que cuando llegó de nuevo esta práctica pagana - tan pagana como otras tantas prácticas que hay a lo largo y ancho del mundo y cuya única diferencia con aquella es que éstas, en vez de disfraces, se revisten con ropajes respetables y, en vez de monstruos de juguete, cuentan con voceros y líderes que presumen de sabios o santurrones - a instalarse masivamente en nuestro país también abjuré de ella pero como los años no sólo nos regalan achaques sino también prudencia (que, como digo siempre, es - interpretando libremente a Aristóteles - algo así como la versión económica de la sabiduría) me pregunté si en verdad era tan malo todo esto y me respondí que no, pues si no fue mala para mí, ¿por qué debiera serlo para el resto? Si por participar del Halloween cuando niño no me convertí en un agente del imperialismo yanqui; no dejé de leer a Neruda, a De Rokha, a Whitman, a la Mistral……..; no dejé de condenar la guerra de Vietnam; no me convertí en un explotador y no perdí mis anhelos de justicia ¿por qué con los niños de hoy debiera ser distinto? Después de todo, la celebración de una fiesta no es más que eso.
El año pasado - como siempre - no compramos dulces y nos hicimos el propósito - como siempre - de no abrirle nuestra puerta a ningún niño; pero mi hija pensó distinto, compró dulces y les abrió; cuando escuché la zalagarda salí a ver, a curiosear más bien, y ¿qué encontré? Niños, muchos niños disfrazados, felices, expectantes y con los ojos bien abiertos, esperando el dulce regalo de unos desconocidos; niños cuyo único afán era divertirse y obtener su botín. En uno de los grupos andaba un pergenio vestido de conejo blanco y me pregunté, al ver su cara, si habría otra cosa en el mundo que le importase más que recibir unos dulces. Por cierto, nada: sencillamente esa noche no había nada más importante para él.
Recordando el libro que mencioné desde entonces he pensado (sí, porque también lo hago, a veces; no muy frecuentemente, pero lo hago) si los que reclaman, denigran o despotrican en contra de esta fiesta tienen razón y concluyo que no. Si no reclaman, denigran o despotrican en contra del perreo, la cumbia, el tango, el rock and roll, el axé, el reggaeton, la salsa, el sound sound y otras finuras y delicadezas similares y no autóctonas, ¿por qué lo hacen contra el Halloween?; si no reclaman, denigran o despotrican en contra del aborto pero sí se escandalizan y duelen hasta las lágrimas por la muerte de un montón de perros vagos, ¿con qué criterio de justicia las emprenden contra el Halloween, que no mata ni muerde a nadie?; si muchos lo único que anhelan - si llegasen a tener el dinero suficiente (vía premio ¡qué va!, no de trabajo) - es correr a entregárselo a otros para tener el auto más caro y ostentoso y vestirse con ropa “de marca”, que le dicen, ¿por qué demonizan a quienes hacen fortuna merced del Halloween?; si no reclaman, denigran o despotrican en contra del “júrgol” - más bien es todo lo contrario -, que lo inventaron y trajeron los ingleses, y que sí es harto totalitario, invasivo y enajenante, además de ordinario, ¿por qué lo hacen contra el Halloween?; si no reclaman, denigran o despotrican en contra de Internet, nacida en las entrañas mismas del Pentágono y desde donde pesquisan todo lo que se mueve a través ella - incluso este post -, ¿por qué lo hacen contra el Halloween? Y hasta aquí llego, porque me cansa escribir de mezquindades y de miseria suprema, que - al decir de Víctor Hugo - siempre es ocasión de obscenidades.
Pareciera que los seres humanos, invariablemente, necesitáramos crear demonios para poder tener gatos negros que quemar. Nos gusta - me sumo a estos ejercicios - mostrarnos como sujetos abiertos de mente pero no podemos resistir la tentación de cegar a quien quiere ampliar su mirada. Presumimos de tolerantes y colgamos sin asco al primero que piense y actúe distinto a nosotros. Nos gusta que nos dejen vivir tranquilos pero cuando alguien desea vivir aparte, aun con sus inconvenientes y sus abusos, le negamos el derecho a ser reconocido y respetado. No soportamos la discriminación a las minorías pero estamos disponibles y dispuestos a negarle entusiasta y arbitrariamente la alegría a un montón de niños, por la única razón que no nos gusta la causa o el motivo de ella o, lo que es peor, simplemente porque nos molesta la alegría ajena. Pero ¡¡qué le vamos a hacer!! pues - nuevamente Víctor Hugo - siempre hay modo de encontrarse con el error en el camino de la verdad.
Por eso el miércoles en la noche sí abrimos las puertas de nuestra casa y sí regalamos dulces a los niños, que se fueron contentos, como niños.
La única diferencia que noté, respecto de los patrullajes nocturnos de mi niñez, fue que entonces andábamos solos por las calles y hoy los niños van acompañados por sus padres o sus mayores, lo cual habla muy mal de nosotros…………. no del Halloween.
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