¿Quién es más violento? ¿El que lanza una bomba incendiaria o el que crea y preserva las condiciones de injusticia y discriminación social?
El pasado once de septiembre todo Chile fue testigo de la aparición, con una fuerza inusitada, de un fenómeno que se venía incubando desde hace años y del que hasta ahora había tenido y habíamos visto tímidos atisbos.
"Contra toda autoridad", reza un rayado en una de las calles de Rancagua. Y esta frase, que para muchos es sólo un rayado molesto y odioso, me dejó planteada la inquietud que detrás de ella había algo más, alguien más que un simple desadaptado. Es claro que un anarquista es, para nuestros cánones sociales, un desadaptado, pero lo que quiero destacar es que no es tan sencilla esta descripción.
La bomba incendiaria lanzada contra el Palacio de La Moneda el pasado domingo estremeció a todos quienes tenemos grabada en nuestra memoria, de manera indeleble, las imágenes del bombardeo de los golpistas y traidores el once de septiembre de 1973, rememorándonos la destrucción de nuestra verdadera democracia de entonces y las muertes que vendrían luego. A nosotros, a los jóvenes de entonces y sujetos maduros de hoy, aburguesados y temerosos de perder lo poco que tenemos, pero ¿y a los jóvenes de hoy, les ocasionó lo mismo? No lo creo.
La destrucción de casetas telefónicas, vidrieras y escaparates, los sujetos armados atacando a Carabineros ¿recordó acaso los desórdenes y enfrentamientos de hace 33 años? No, porque entonces no había el vandalismo desatado que vemos hoy y los intentos de la derecha de buscar similitudes no tienen otro referente que las imágenes y su propósito es alentar la sensación de caos, tal como hace 33 años, puesto que la mala conciencia no se le ha pasado (posiblemente no se le pase nunca)
Por lo demás ¿quiénes son estos jóvenes? ¿A quienes representan? ¿Son simples vándalos o hay detrás de su accionar algún propósito o algún mensaje que no logramos - o no queremos - decodificar? ¿El Gobierno, nuestra sociedad, se está comportando como las vírgenes necias, viviendo como si nada pasara y sin tomar las providencias necesarias para evitar un estallido social que ya se ve venir?
Da la impresión que cuando se llega a las altas esferas del poder las personas mutan sus condiciones: los que otrora oían, se vuelven sordos; los que antes veían, se vuelven ciegos; los que antes hablaban, se quedan mudos.
Hoy no hay proyecto social alguno y por tanto no hay un referente. El socialismo de ayer se ha convertido en el mejor instrumento y en la mejor opción para que los grandes capitales y las transnacionales aumenten sus ganancias e incrementen su capital; los dirigentes proletarios de entonces andan en automóviles de lujo con chofer, teléfono móvil y secretaria pagados por todos los chilenos; los descontentos de ayer lanzan a las descontroladas Fuerzas Especiales de Carabineros para acallar a los descontentos de hoy; los Ministros de Estado, contrariando la etimología del cargo, no están para servir a nadie, excepto a las empresas a las que emigrarán una vez que dejen sus cargos; los rebeldes de pelo largo de ayer, ahora se echan gomina y no salen a la calle para no despeinarse; los desfavorecidos que luchaban por emancipar a los suyos, lo único que desean actualmente es parecerse y pertenecer al grupo de quienes los desprecian (esto me recuerda mucho el libro "La Granja de los Animales", de George Orwell,........no sé porqué).
Hoy no hay proyecto social alguno, hay negocios, hay inversión, hay ganancia, pero para unos pocos, para los de siempre, más algunos advenedizos que entraron por las puertas del poder político.
Hoy no hay proyecto social alguno y, pese a que en todas partes vemos escrito que todos somos reinas y reyes, en ninguna parte se nos dice que las reinas no lavan platos ni ropa ajena y que los reyes no salen a barrer las calles.
Hoy no hay proyecto social alguno, porque a nadie le interesa verdaderamente cambiar el sistema binominal; a nadie le interesa eliminar la pobreza - lo que desean es eliminar a los pobres, que no es lo mismo -; a nadie le interesa cuidar el ambiente, porque es malo para los negocios; a nadie le interesa poner término a la corrupción; a nadie le interesa nada de nada, excepto su propio ego y su propio enriquecimiento.
Hoy no hay proyecto social alguno porque a nadie le interesa mejorar la educación, puesto que ello podría implicar dejar de recibir dinero del Estado para beneficio propio, o del socio, o del amigo o del pariente.
Y si el que no haya proyecto social alguno no es violento, ¿qué lo es?
Si el proyecto social es mantener las cosas tal como están, como parece, ¿no es esto tremendamente violento, acaso?
Ante esto, no cabe duda alguna que un descontento tan violento como el que vimos responde a la falta de esperanza o, si queremos verla desde otra perspectiva, a la existencia de una esperanza vana, derrumbada estrepitosamente, porque esta - la esperanza - brota de un acto tan humano como es el esperar algo que todavía no existe, pero que puede ser, como dice Erich Fromm; o sea, la esperanza se opone a la angustia del sin sentido, la esperanza apuesta por el futuro y la esperanza se vincula, necesariamente, con la justicia. No obstante, futuro y justicia es lo que los descontentos no ven y ni perciben en sus vidas y la angustia del sin sentido es la que los acompaña a diario.
Para los discriminados, para los marginados del progreso que se nos muestra como el paradigma de nuestro desarrollo y de nuestra evolución como sociedad sólo les queda la resistencia ante la injusticia del olvido en que esta misma sociedad los tiene sumidos.
Para nadie es un misterio que muchos chilenos, en particular aquellos de menores ingresos, viven como exiliados en su propio país, proporcionando a bajo precio brazos de trabajo para que los empresarios y las transnacionales continúen enriqueciéndose, entregando productos de exportación baratos y por tanto muy competitivos; que cuidan y limpian autos que nunca tendrán; que construyen departamentos que nunca habitarán; que pavimentan calles por las que jamás conducirán su propio vehículo; que deben hacer infinitas peregrinaciones para obtener la migaja de una atención médica; que venden ropas que nunca usarán; que concurren a liceos y escuelas sin tener donde sentarse, sin tener donde orinar - aunque se lluevan por todas partes -, sin tener con qué escribir y sin tener con qué estudiar; que nunca saldrán de la espiral de pobreza en que han nacido porque el sistema educacional y laboral está organizado para mantener un sistema de castas sociales; y así, pues la lista es larga, ya que los que protestan son los postergados, los hijos de la posmodernidad, los nacidos bajo el concepto de globalización en que nuestro país se ha alineado e insertado, convirtiéndose, a su vez, en una especie de hijo pródigo del sistema, pero, de paso, en un pésimo padre, que descuida a sus hijos más desamparados y protege y engorda a los que más tienen y comen.
Así las cosas, ¿nos extrañan todavía estos actos de violencia?
Dejo especial constancia que no estoy justificándolos, sino que sólo intento explicarme la razón de tanta ira desatada, de tanto acto aparentemente sin sentido y en esto está precisamente la clave de la trampa en que se nos pretende hacer caer puesto que ¿quien es más violento? ¿El que desarrolla las condiciones, o el que protesta porque ellas existen?
Quienes vivimos el frustrado proceso de emancipación social de la Unidad Popular sabemos que la vida es perfectamente vivible sin televisión, sin teléfonos móviles, sin automóviles, sin ropa de marca, sin ninguno de esos lujos; en fin, sin consumo desenfrenado y por ello captamos que algo no anda bien cuando detrás del mensaje publicitario se huele la discriminación, la pérdida de ideales, la falta de solidaridad y el hedonismo más radical y los jóvenes marginados también captan lo mismo y, peor aún, lo sufren, porque nacieron en una sociedad que transmite a diario su mensaje publicitario discriminatorio, sin ideales, insolidario y hedonista de que el éxito tiene que ver con la cantidad y calidad de televisores que se posea; con el tipo de teléfono móvil que se tenga - con cámara, conexión Wap y MP3, de preferencia -; con el tipo de automóvil que se conduce, ojalá deportivo; con la ropa de marca que se viste, de marca y no con genéricos chinos.
Por tanto, los que protestan no son los jóvenes sin problemas, insertados firmemente en la actual sociedad de consumo y educados en colegios particulares, sino quienes miran el festín desde afuera, desde atrás de las rejas; los que protestan son quienes tienen como destino ser la fuerza de trabajo mal pagada para que otros engorden sus bolsillos, como lo son sus padres y como lo fueron sus abuelos; los que protestan son los que destilan su ocio y su odio desde el aljibe de la falta de educación; los que protestan son los desesperanzados, los ignorados, los olvidados.
Pero los jóvenes de las protestas tienen el mérito de hacernos preguntar el porqué de sus actos; tienen la actitud del tábano, que no nos deja dormir en los laureles, y nos recuerdan que lo que estamos construyendo es una sociedad que se sume en la desesperanza, que ciega los proyectos en común, que bloquea la participación política, que siembra la desconfianza, que olvida a las personas, contrifugándolas a una despiadada lucha de unas contra otros por los intereses más mezquinos que se puedan imaginar, porque digámoslo ya: la democracia en Chile, secuestrada el once de septiembre de 1973, aún no ha sido liberada, porque la democracia, como sistema político, se ubica entre la factibilidad de las condiciones políticas y los ideales de justicia y esto último es, precisamente, lo que se echa de menos, esto último es lo que falta y enardece a los jóvenes.
Estamos sucumbiendo, como sociedad, a la injusticia del olvido, a la falta de compasión y nos hemos ido a vivir al barrio de la indiferencia, por eso, en vez de escandalizarnos por lo que otros hacen, mejor escandalicemos por lo que NO hacemos, pues es imperativo - si queremos de verdad evitar el estallido social que se ve venir - darle un sentido moral al desarrollo, hacerlo justo - para todos y no para algunos - y hacer posible la esperanza, abriendo ventanas en las paredes de la obscuridad del sistema económico que nos asfixia y que muchos se esmeran en preservar.
"Contra toda autoridad", reza un rayado en una de las calles de Rancagua. Y esta frase, que para muchos es sólo un rayado molesto y odioso, me dejó planteada la inquietud que detrás de ella había algo más, alguien más que un simple desadaptado. Es claro que un anarquista es, para nuestros cánones sociales, un desadaptado, pero lo que quiero destacar es que no es tan sencilla esta descripción.
La bomba incendiaria lanzada contra el Palacio de La Moneda el pasado domingo estremeció a todos quienes tenemos grabada en nuestra memoria, de manera indeleble, las imágenes del bombardeo de los golpistas y traidores el once de septiembre de 1973, rememorándonos la destrucción de nuestra verdadera democracia de entonces y las muertes que vendrían luego. A nosotros, a los jóvenes de entonces y sujetos maduros de hoy, aburguesados y temerosos de perder lo poco que tenemos, pero ¿y a los jóvenes de hoy, les ocasionó lo mismo? No lo creo.
La destrucción de casetas telefónicas, vidrieras y escaparates, los sujetos armados atacando a Carabineros ¿recordó acaso los desórdenes y enfrentamientos de hace 33 años? No, porque entonces no había el vandalismo desatado que vemos hoy y los intentos de la derecha de buscar similitudes no tienen otro referente que las imágenes y su propósito es alentar la sensación de caos, tal como hace 33 años, puesto que la mala conciencia no se le ha pasado (posiblemente no se le pase nunca)
Por lo demás ¿quiénes son estos jóvenes? ¿A quienes representan? ¿Son simples vándalos o hay detrás de su accionar algún propósito o algún mensaje que no logramos - o no queremos - decodificar? ¿El Gobierno, nuestra sociedad, se está comportando como las vírgenes necias, viviendo como si nada pasara y sin tomar las providencias necesarias para evitar un estallido social que ya se ve venir?
Da la impresión que cuando se llega a las altas esferas del poder las personas mutan sus condiciones: los que otrora oían, se vuelven sordos; los que antes veían, se vuelven ciegos; los que antes hablaban, se quedan mudos.
Hoy no hay proyecto social alguno y por tanto no hay un referente. El socialismo de ayer se ha convertido en el mejor instrumento y en la mejor opción para que los grandes capitales y las transnacionales aumenten sus ganancias e incrementen su capital; los dirigentes proletarios de entonces andan en automóviles de lujo con chofer, teléfono móvil y secretaria pagados por todos los chilenos; los descontentos de ayer lanzan a las descontroladas Fuerzas Especiales de Carabineros para acallar a los descontentos de hoy; los Ministros de Estado, contrariando la etimología del cargo, no están para servir a nadie, excepto a las empresas a las que emigrarán una vez que dejen sus cargos; los rebeldes de pelo largo de ayer, ahora se echan gomina y no salen a la calle para no despeinarse; los desfavorecidos que luchaban por emancipar a los suyos, lo único que desean actualmente es parecerse y pertenecer al grupo de quienes los desprecian (esto me recuerda mucho el libro "La Granja de los Animales", de George Orwell,........no sé porqué).
Hoy no hay proyecto social alguno, hay negocios, hay inversión, hay ganancia, pero para unos pocos, para los de siempre, más algunos advenedizos que entraron por las puertas del poder político.
Hoy no hay proyecto social alguno y, pese a que en todas partes vemos escrito que todos somos reinas y reyes, en ninguna parte se nos dice que las reinas no lavan platos ni ropa ajena y que los reyes no salen a barrer las calles.
Hoy no hay proyecto social alguno, porque a nadie le interesa verdaderamente cambiar el sistema binominal; a nadie le interesa eliminar la pobreza - lo que desean es eliminar a los pobres, que no es lo mismo -; a nadie le interesa cuidar el ambiente, porque es malo para los negocios; a nadie le interesa poner término a la corrupción; a nadie le interesa nada de nada, excepto su propio ego y su propio enriquecimiento.
Hoy no hay proyecto social alguno porque a nadie le interesa mejorar la educación, puesto que ello podría implicar dejar de recibir dinero del Estado para beneficio propio, o del socio, o del amigo o del pariente.
Y si el que no haya proyecto social alguno no es violento, ¿qué lo es?
Si el proyecto social es mantener las cosas tal como están, como parece, ¿no es esto tremendamente violento, acaso?
Ante esto, no cabe duda alguna que un descontento tan violento como el que vimos responde a la falta de esperanza o, si queremos verla desde otra perspectiva, a la existencia de una esperanza vana, derrumbada estrepitosamente, porque esta - la esperanza - brota de un acto tan humano como es el esperar algo que todavía no existe, pero que puede ser, como dice Erich Fromm; o sea, la esperanza se opone a la angustia del sin sentido, la esperanza apuesta por el futuro y la esperanza se vincula, necesariamente, con la justicia. No obstante, futuro y justicia es lo que los descontentos no ven y ni perciben en sus vidas y la angustia del sin sentido es la que los acompaña a diario.
Para los discriminados, para los marginados del progreso que se nos muestra como el paradigma de nuestro desarrollo y de nuestra evolución como sociedad sólo les queda la resistencia ante la injusticia del olvido en que esta misma sociedad los tiene sumidos.
Para nadie es un misterio que muchos chilenos, en particular aquellos de menores ingresos, viven como exiliados en su propio país, proporcionando a bajo precio brazos de trabajo para que los empresarios y las transnacionales continúen enriqueciéndose, entregando productos de exportación baratos y por tanto muy competitivos; que cuidan y limpian autos que nunca tendrán; que construyen departamentos que nunca habitarán; que pavimentan calles por las que jamás conducirán su propio vehículo; que deben hacer infinitas peregrinaciones para obtener la migaja de una atención médica; que venden ropas que nunca usarán; que concurren a liceos y escuelas sin tener donde sentarse, sin tener donde orinar - aunque se lluevan por todas partes -, sin tener con qué escribir y sin tener con qué estudiar; que nunca saldrán de la espiral de pobreza en que han nacido porque el sistema educacional y laboral está organizado para mantener un sistema de castas sociales; y así, pues la lista es larga, ya que los que protestan son los postergados, los hijos de la posmodernidad, los nacidos bajo el concepto de globalización en que nuestro país se ha alineado e insertado, convirtiéndose, a su vez, en una especie de hijo pródigo del sistema, pero, de paso, en un pésimo padre, que descuida a sus hijos más desamparados y protege y engorda a los que más tienen y comen.
Así las cosas, ¿nos extrañan todavía estos actos de violencia?
Dejo especial constancia que no estoy justificándolos, sino que sólo intento explicarme la razón de tanta ira desatada, de tanto acto aparentemente sin sentido y en esto está precisamente la clave de la trampa en que se nos pretende hacer caer puesto que ¿quien es más violento? ¿El que desarrolla las condiciones, o el que protesta porque ellas existen?
Quienes vivimos el frustrado proceso de emancipación social de la Unidad Popular sabemos que la vida es perfectamente vivible sin televisión, sin teléfonos móviles, sin automóviles, sin ropa de marca, sin ninguno de esos lujos; en fin, sin consumo desenfrenado y por ello captamos que algo no anda bien cuando detrás del mensaje publicitario se huele la discriminación, la pérdida de ideales, la falta de solidaridad y el hedonismo más radical y los jóvenes marginados también captan lo mismo y, peor aún, lo sufren, porque nacieron en una sociedad que transmite a diario su mensaje publicitario discriminatorio, sin ideales, insolidario y hedonista de que el éxito tiene que ver con la cantidad y calidad de televisores que se posea; con el tipo de teléfono móvil que se tenga - con cámara, conexión Wap y MP3, de preferencia -; con el tipo de automóvil que se conduce, ojalá deportivo; con la ropa de marca que se viste, de marca y no con genéricos chinos.
Por tanto, los que protestan no son los jóvenes sin problemas, insertados firmemente en la actual sociedad de consumo y educados en colegios particulares, sino quienes miran el festín desde afuera, desde atrás de las rejas; los que protestan son quienes tienen como destino ser la fuerza de trabajo mal pagada para que otros engorden sus bolsillos, como lo son sus padres y como lo fueron sus abuelos; los que protestan son los que destilan su ocio y su odio desde el aljibe de la falta de educación; los que protestan son los desesperanzados, los ignorados, los olvidados.
Pero los jóvenes de las protestas tienen el mérito de hacernos preguntar el porqué de sus actos; tienen la actitud del tábano, que no nos deja dormir en los laureles, y nos recuerdan que lo que estamos construyendo es una sociedad que se sume en la desesperanza, que ciega los proyectos en común, que bloquea la participación política, que siembra la desconfianza, que olvida a las personas, contrifugándolas a una despiadada lucha de unas contra otros por los intereses más mezquinos que se puedan imaginar, porque digámoslo ya: la democracia en Chile, secuestrada el once de septiembre de 1973, aún no ha sido liberada, porque la democracia, como sistema político, se ubica entre la factibilidad de las condiciones políticas y los ideales de justicia y esto último es, precisamente, lo que se echa de menos, esto último es lo que falta y enardece a los jóvenes.
Estamos sucumbiendo, como sociedad, a la injusticia del olvido, a la falta de compasión y nos hemos ido a vivir al barrio de la indiferencia, por eso, en vez de escandalizarnos por lo que otros hacen, mejor escandalicemos por lo que NO hacemos, pues es imperativo - si queremos de verdad evitar el estallido social que se ve venir - darle un sentido moral al desarrollo, hacerlo justo - para todos y no para algunos - y hacer posible la esperanza, abriendo ventanas en las paredes de la obscuridad del sistema económico que nos asfixia y que muchos se esmeran en preservar.
2 Comentarios:
Interesante tu comentario, participo de algunas de tus ideas, no de todas.
te adjunto mi comentario que hice en el blog de Atina.
Desde el punto de vista social, la sociedad ha resuelto sus problemas societales creando organizaciones para fines específicos. Ejemplo: Los problemas legales los resuelve el poder judicial, los de salud el sistema de salud y así sucesivamente. Esta configuración societal permite que existan comunicaciones entre instituciones y entre las personas y dichas instituciones.
Respecto a los grupos que nos preocupan, hay las siguientes situaciones:
a) No existe comunicación de estos grupos con las instituciones formales de la sociedad, por lo tanto, podríamos señalar que se encuentran al margen, o dicho de otro modo, se encuentran en un espacio social no notado, no marcado, desconocido.
b) Constituyen por si mismos una estructura organizacional con líderes desconocidos e ideales considerados rupturistas, respecto a lo que aceptamos como democracia y modelo económico
c) Ignoramos su biografía, motivaciones, problemas, expectativas
d) La sociedad responde a sus provocaciones a través de sus instituciones formales con el sistema preventivo (carabineros) y judicial
e) El sistema político condena los hechos
La pregunta es: ¿Hay formas para, a lo menos, empezar a mitigar estas manifestaciones sociales?
Estimo que el gobierno, y es un problema de estado, genere la política pública, dada la ignorancia por ambas partes, para la organización que:
a) En una primera fase estudien lo señalado en b) y c);
b) Establezca canales de comunicación con dichos grupos
c) Genere y consensuare programas para canalizar las motivaciones, problemas y expectativas de dichos grupo
En el tiempo que medie para la materialización de lo señalado a lo menos monitorear la actuación de dichos grupos y recabar información significativa al respecto.
mi blog es http://joachimseefeldtribbeck.blogspot.com
Completamente de acuerdo. Una sociedad indiferente ante el drama cotidiano de miles de compatriotas es lo màs violento que existe porque se convierte en un desinterès institucionalizado. Sinceras felicitaciones por tan acertada visiòn. En Atina Chile no comento pues no encuentro creìble sus postulados.
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